26.3.07


¿Han pensado alguna vez que las imágenes que se procesionan en Semana Santa, las imágenes de la Virgen que tenemos en nuestros templos y que son los sagrados titulares de muchas nuestras Hermandades y Cofradías en Andalucía se parecen a las mujeres de Palestina, del Líbano, de Irak o Israel.? ¿Han reflexionado alguna vez que las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores, de las Angustias o de las Penas, por poner alguna advocación, se parecen mucho a las mujeres que viven en oriente medio pero también en Sudán, Burundi-Ruanda, Congo, Liberia o Bosnia? Son mujeres que en pleno siglo XXI se abrazan, como hizo la madre de Cristo, a los cadáveres de sus seres queridos.

Disculpen que empiece siendo tan crudo. Pero es que en una Semana Santa que está ya prácticamente a punto de empezar, y en una Cuaresma que estamos viviendo a punto de terminar, podemos tener el riesgo de caer en el sentimiento barato y arrancar, olvidar y pisotear el sentido del sufrimiento de Jesús, de su Madre y por supuesto de tantos cristos crucificados y madres angustiadas a las que una espada le traspasa el alma. Celebrar la Cuaresma es celebrar el tiempo que se nos propone para ir a la raíz de la vida cristiana. Celebrar la Semana Santa es celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús los misterios de la salvación, y por supuesto si somos cristianos, celebrar la Semana Santa y prepararse para vivirla es intentar ser coherentes con el sentido de estos días.

Por eso pienso que es bueno reflexionar desde la simplicidad de estas palabras acerca de una dimensión muchas veces olvidada por los creyentes: la figura humana de María de Nazaret, la mujer hebrea, hija y vecina de un pequeño pueblo. María es una de tantas mujeres semitas que padece la marginación de su cultura y la violencia que ésta ejerce sobre los débiles, oprimidos y pobres.
Por eso en su figura encontramos una referencia a las mujeres que siglo tras siglo, día tras día, hasta hoy, han sufrido las vejaciones del poder dentro y fuera del grupo humano al que pertenecen: son las mujeres ultrajadas, violadas y asesinadas; las que han visto morir a sus maridos y a sus hijos de forma violenta, como la madre de Jesús, el Nazareno crucificado en el Gólgota. Por eso en estas palabras para la vida, pienso que puede ser un buen momento para reconocer en María la madre del dolor y del sufrimiento, de la angustia y la pena y pedir a ella que interceda por tantas mujeres que sufren en sus carnes la violencia y el zarpazo de la muerte de sus seres más queridos.


Tomado y totalmente suscrito con toda la libertad del mundo del blog Palabras para la Vida,
de Rafa Pallarés.